En el punto de partida del emprendimiento hay una sabiduría que a menudo se pasa por alto: tratar la idea como un “proyecto” primero, en lugar de apresurarse a definirla como una “empresa”. Cuando declaras que eres una empresa, entra en juego una presión invisible: tienes que producir resultados rápidamente y tus ideas no pueden parecer demasiado "locas" porque "ahora esta es mi empresa y tengo que demostrar su valor a los demás". Pero si es sólo un proyecto, tienes más libertad para explorar esas posibilidades aparentemente salvajes. Creo que lo más importante en las primeras etapas de iniciar un negocio es calmarse y tratarlo como un proyecto a perfeccionar. Esta etapa requiere tiempo para validar la dirección y acumular conocimiento, en lugar de apresurarse a etiquetarla como una "empresa". Muchas personas buscan financiación antes de tener suficiente confianza en sus ideas, lo que a menudo siembra las semillas de problemas futuros. Porque una vez que obtienes el dinero, estarás bajo presión para demostrar tu progreso a los inversores, mientras que el pensamiento real y la exploración requieren tiempo que el mundo exterior no apresura. Las ideas verdaderamente buenas a menudo se vuelven más claras a través del ensayo y error continuos y del pensamiento profundo. Céntrate primero en los proyectos y luego en construir una empresa. Deja que las ideas se consoliden con la práctica; esta es la clave para un crecimiento constante y a largo plazo. Esta es quizás la lección más sencilla, pero también la más valiosa, del camino empresarial.
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