Esto es trágico en muchos sentidos, pero una de las partes más tristes es que cada vez es más raro encontrar una mujer joven como Ella. Siempre ha sido poco común que una cristiana conservadora, hermosa, sureña y seria abandone a su familia y, a sabiendas, se una al bastión más extremo de aquello con lo que no está de acuerdo, no para evangelizar ni provocar, sino simplemente para existir como contrapartida de la cultura dominante. Pero esto se está volviendo aún más raro, y con razón. Hace décadas, una joven como ella solo habría tenido que preocuparse por el ostracismo social o por profesores demasiado entusiastas que le reprochaban sus opiniones y diferencias. Ir a la Ivy League como una persona abiertamente conservadora tenía un coste, pero ese coste era principalmente intelectual y social. Si lo soportabas, te harías más fuerte y te familiarizarías con las costumbres de dos mundos. Ahora, hombres y mujeres jóvenes como Ella saben que pueden ser asesinados por sus creencias políticas en un campus universitario, incluso si no son provocadores, personas influyentes o funcionarios públicos, sino simplemente jóvenes normales que participan en un club estudiantil. Admiro muchísimo a los veinteañeros de ahora. El coraje que necesitan para alzar la voz es real. Son más fuertes que las generaciones anteriores y se les pide que sacrifiquen más, y las generaciones mayores les están fallando. Oremos por Ella y su familia. El mundo perdió a una persona virtuosa que conocía los riesgos y pagó un precio incalculable por expresar abiertamente sus creencias sinceras.
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