En el campo de la biología, ha existido una teoría que ha guiado la investigación desde la década de 1960: la teoría neutral de la evolución molecular. Sostiene que la gran mayoría de las mutaciones genéticas son neutras, y que la selección natural elimina las mutaciones dañinas, mientras que las mutaciones beneficiosas son raras y difíciles de fijar en una población. Sin embargo, un estudio reciente de la Universidad de Michigan ha suscitado profundas reflexiones sobre la naturaleza de la evolución de la vida, como una piedra arrojada a un lago tranquilo. Dirigido por el biólogo evolutivo Zhang Jianzhi, el equipo de investigación realizó experimentos con levadura y E. coli durante hasta 800 generaciones y descubrió que la frecuencia de mutaciones beneficiosas en el laboratorio superaba con creces las predicciones teóricas: más del 1% de todas las mutaciones, lo que es mucho mayor que lo "raro" permitido por la teoría neutral. Sin embargo, la tasa real de evolución de las poblaciones es mucho más lenta que la que pueden explicar estas mutaciones de alta frecuencia. Es como en una pista de carreras: los pilotos aceleran constantemente y cambian de trazada con frecuencia, solo para descubrir que la velocidad general es mucho menor de la esperada. Para desentrañar esta "paradoja", los investigadores han propuesto un nuevo marco: el "seguimiento de la adaptación pleiotrópica antagónica". En pocas palabras, esto significa que si bien el "resultado" de la evolución parece ser la adaptación al entorno, el "proceso" es en realidad un juego dinámico en el que las poblaciones se "persiguen" constantemente entre sí en medio de cambios ambientales. En el experimento, se establecieron dos grupos de control: uno evolucionó en un entorno constante, acumulando menos mutaciones beneficiosas; el otro se sometió a 10 entornos de crecimiento diferentes (como temperatura y nutrición) cada 80 generaciones. Los resultados mostraron que, si bien este último grupo presentaba más mutaciones beneficiosas, estas tenían dificultades para establecerse en la población. Esto se debe a que, a medida que una mutación se acumula gradualmente en el entorno anterior, surgen silenciosamente nuevas presiones ambientales: aquellas mutaciones que antes eran beneficiosas pueden volverse perjudiciales en el nuevo entorno. La población se comporta como si persiguiera un blanco móvil, oscilando constantemente entre la adaptación y la desadaptación. Este descubrimiento desafía directamente el supuesto fundamental de la teoría neutral: no es que el entorno seleccione la "solución óptima", sino que el rápido cambio ambiental impide que las poblaciones alcancen el punto final de la "adaptación estable". El profesor Zhang Jianzhi lo explicó con una vívida analogía: "La teoría neutral postula que la evolución se trata de 'llegar', pero hemos descubierto que se asemeja más a un 'abismo'. La velocidad del cambio ambiental mantiene a las poblaciones en constante 'ajuste', en lugar de 'completar' su desarrollo". La importancia de esta investigación trasciende con creces las observaciones en un laboratorio de microbiología. En biología evolutiva, la capacidad de una especie para adaptarse a su entorno suele considerarse un indicador de «éxito evolutivo», pero este estudio revela que la adaptación en sí misma es un proceso dinámico, no un resultado estático. En el caso de los humanos, nuestros genes aún pueden conservar la «huella» de entornos ancestrales, y los rápidos cambios en los estilos de vida modernos (como la dieta y los patrones de sueño) podrían ser la causa principal del desajuste entre el entorno y los genes; es posible que nunca logremos adaptarnos por completo, ya que la velocidad del cambio ambiental ha superado con creces el ritmo de la evolución genética. Por supuesto, este estudio se basa en organismos unicelulares (levadura, E. coli), y aún se requiere mayor verificación para determinar si sus conclusiones son aplicables a especies multicelulares como los humanos. Sin embargo, al menos ofrece una perspectiva completamente nueva: la evolución de la vida podría no ser el fin de la adaptación, sino un proceso eterno de cambio. Así como los ríos fluyen constantemente, la evolución de la vida persigue sin cesar un mundo en constante transformación. Este tipo de pensamiento no solo redefine el significado de «adaptación», sino que también aporta nuevas ideas para comprender problemas del mundo real como las enfermedades humanas y la extinción de especies. Cuando los cambios ambientales se aceleran, ¿deberíamos centrarnos más en «cómo mantener la resiliencia evolutiva en un entorno dinámico» que en «cómo encontrar la solución óptima»? Quizás ahí radique el encanto de la exploración científica: nos permite vislumbrar más posibilidades más allá de los límites de lo conocido.
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