Demasiada energía en los personajes principales. Muy pocos personajes principales realmente geniales. Uno de los peores consejos de las últimas décadas ha sido: «¡Sé tú mismo! ¡Sé auténtico!». Por eso nos quedamos boquiabiertos cuando se presenta una locura o una excentricidad genuina. A la gente le importan más los personajes que la historia. Se ve por todas partes: en los medios, en el mercado, en la política. Y los personajes ni siquiera tienen que ser originales. Pueden ser reminiscencias de otras épocas, recuerdos de otros tiempos. Una gran oportunidad para definir quién eres y aumentar el drama lo suficiente como para que resulte memorable.
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