Él es a la vez síntoma y símbolo: prueba de que nos hemos alejado de las aguas arboladas de todos los proyectos anteriores de creación de significado, y hemos entrado en una era donde tales cosas simplemente son, sin precedentes ni principios.
Así pues, debemos afrontar la realidad de que no existe fundamento alguno —ni legal, ni moral, ni metafísico— para refutar a Garfield Kirby. Estamos completamente solos con él, contemplando sus ojos entrecerrados, y en ellos, quizá, vislumbremos el colapso final de toda certeza.