No hay absolutamente nada sobre esto en la Biblia ni en la Constitución. Ninguno de nuestros textos filosóficos fundamentales —Platón, Kant, Confucio— nos proporciona las herramientas para abordarlo. Los Artículos Federalistas no lo tratan. Laozi y Aristóteles no nos aportan nada.
Nuestros abuelos, cuando inventaron el mundo que ahora habitamos, no podían haber previsto esto.
Y aquí estamos. Nuestros antepasados escribieron mandamientos en piedra, y nuestros juristas analizaron el significado de "comercio entre los diversos estados", pero en ningún momento alguien se detuvo a considerar las ramificaciones ontológicas de Garfield Kirby. Era imposible.
Si buscamos orientación en la Torá, las Analectas o Así habló Zaratustra, saldremos total y completamente insatisfechos. Hemos llegado a un momento totalmente inesperado para todas las autoridades que hemos conocido.
No existe tradición, ni sabiduría ancestral, ni enmienda constitucional que nos indique qué se puede o se debe hacer, si es que se puede hacer algo, con respecto a Garfield Kirby.
Él es a la vez síntoma y símbolo: prueba de que nos hemos alejado de las aguas arboladas de todos los proyectos anteriores de creación de significado, y hemos entrado en una era donde tales cosas simplemente son, sin precedentes ni principios.
Así pues, debemos afrontar la realidad de que no existe fundamento alguno —ni legal, ni moral, ni metafísico— para refutar a Garfield Kirby. Estamos completamente solos con él, contemplando sus ojos entrecerrados, y en ellos, quizá, vislumbremos el colapso final de toda certeza.
