Hubo un tiempo en que uno era dueño del software que compraba. Suelo jugar Minecraft con mi hijo casi todas las tardes durante una hora. Hoy, el servidor de licencias estaba caído y el juego no arrancaba. Nos quedamos mirando la pantalla de inicio, viendo cómo intentaba verificar nuestra licencia. Un juego que compré. Instalado localmente. Todos los archivos en mi disco duro, y aun así, no podía abrirlo. Me sorprendió lo sutilmente que han cambiado las cosas con el paso de los años. Ya no eres dueño de tus herramientas. Estás alquilando el acceso: a veces a tus juegos favoritos, a veces a tus aplicaciones de productividad, incluso a tu trabajo creativo. Cuando un servidor se cae o una empresa cambia sus condiciones, la puerta se cierra silenciosamente a algo que antes era tuyo. Es práctico, sí. Actualizaciones sin interrupciones, guardado en la nube, acceso multijugador. Pero esa comodidad tiene un precio oculto: el control. Mi hijo me preguntó: "¿Por qué no podemos jugar si está en nuestra computadora?". No supe qué responder. Quizás esa sea la señal más reveladora de todas.
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