Los éxitos y fracasos de las empresas de IA a medida que exploran diferentes categorías de productos son un buen recordatorio de que la parte difícil del software no es escribir código, sino cosas como la adecuación del producto al mercado. El último debate gira en torno a los navegadores con IA. Anil Dash, con una crítica mordaz y perspicaz, describe a Atlas como un "anti navegador web" https://t.co/lM19pinF7K @simonw escribe: «Sigo encontrando toda esta categoría de agentes de navegador sumamente confusa. Los riesgos de seguridad y privacidad que implican me siguen pareciendo insuperables; desde luego, no confiaré en ninguno de estos productos hasta que un grupo de investigadores de seguridad los haya sometido a pruebas exhaustivas». Explica los riesgos de seguridad aquí: https://t.co/BxqR4reQSM Sin duda, OpenAI y otras empresas pudieron acelerar el desarrollo de su software gracias a sus sofisticados modelos, pero, por supuesto, estos modelos carecen de la capacidad de cuestionar si la categoría del producto siquiera tiene sentido. El ejercicio de este tipo de juicio sigue siendo profundamente humano.
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