Las soluciones más elegantes parecen inevitables en retrospectiva. No son una compleja cadena de trucos ideados de la nada, sino una simple abstracción que refleja fielmente la naturaleza del problema.
Más que inventar una solución, has descubierto el sistema de coordenadas en el que el problema se vuelve trivial.
Por eso, para resolver un problema difícil y abierto (como la IAG), siempre hay que empezar por formular la pregunta correcta.